viernes, 17 de abril de 2009

Dos motivos


Mis más allegados ya conocen gran parte de lo que hoy os quiero presentar. Se trata del cortometraje Dos motivos, de Paco Mora y Rafa Gimeno, que estrenamos en 2005. Su director, Paco Mora, que además de ser un director de cine en ciernes, es un gran compositor y mejor persona, tuvo la osadía de confiar en mí para la elaboración del guión. Es por ello que me gustaría hablaros de Dos motivos, pues siento este corto como parte de mi ser.


Dos motivos cuenta la historia de un soldado que, habiendo perdido a su mujer y a su único hijo en la Guerra Civil Española, se ve atrapado en el conflicto bélico. Estas vivencias extremas llevan a este joven soldado a replantearse el sentido de la existencia, para llegar a la conclusión de que siempre pueden encontrarse motivos para amar la vida.


Esta historia se construyó sobre una frase de Paco Mora, que me cautivó desde la primera vez que se la oí decir: "La guerra transforma a los niños en hombres y a los hombres en monstruos." A pesar de todos los horrores de la guerra, Dos motivos es un canto a la vida.


Tres años han pasado ya desde que concluimos este cortometraje. Desde siempre y ahora más que nunca, me ha parecido que esta historia podría haber sido mejor contada, de haber dispuesto en ese momento de los conocimientos narrativos que poco a poco creo ir adquiriendo y de los medios económicos y técnicos que no sé si algún día conseguiremos. Hecha esta advertencia, si todavía os interesa conocer Dos motivos, aunque sólo sea por escuchar la extraordinaria banda sonora de Paco Mora, os aliento a que lo busqueis en youtube.


Dicho esto, quiero traer a colación las hermosas palabras de Jesús Franco en la noche de los Goya de 2009, cuando se acordó de los "4.000 chavalas y chavales jóvenes que están con su cortometraje en el bolsillo buscando a alguien que les ayude a hacerlo". A ellos les dedicó su premio. No pude evitar sentirme un poco aludida... Vamos que me llegó al alma.

miércoles, 15 de abril de 2009

La ficción cinematográfica


Hoy quiero compartir una reflexión acerca de “la delgada frontera entre la realidad y la no realidad”. Estas palabras pertenecen a la dedicatoria que Fernando Marías escribió sobre un ejemplar de su libro La mujer de las alas grises que descansa en mi biblioteca.

Al terminar la conferencia que pronunció el año pasado sobre dicho libro en la Universidad de Murcia, me acerqué a él para felicitarlo por un párrafo de su libro que me había parecido espléndido. El párrafo es el siguiente:

El Comedor Ave María está limitado a un lado por el clausurado Museo Erótico de Madrid y al otro por los multicines Ideal, que ahora muestran los cierres echados. Pero más tarde un público alegre y despreocupado formará ante ellos otra aglomeración de esencia desgarradoramente distinta a la de las monjas. En ocasiones coinciden frente a frente ambos mundos: entonces los espectadores del cine, incómodos, agachan la vista hacia sus reticentes palomitas o la dirigen a lo alto, buscando en los carteles de Cameron Díaz o de Brad Pitt refugio ante las miradas de los sin techo, que a veces contraatacan dignos, borrachos o rabiosos, regodeándose en exhibir obscenamente una desoladora situación, a modo de única victoria posible entre el mundo idílico que los masticó antes de escupirlos al abismo. Algunos niños los estudian con la boca abierta, desasosegados por el repentino conocimiento del contraste entre el mundo ficticio que vende la pantalla y el real que habita la calle.

Este fragmento que acentúa el contraste entre la ficción artística y la realidad me trajo a la memoria, además de la película de Woody Allen La rosa púrpura del Cairo, un relato de Ayala, “Estrella polar” que narra la trágica historia de amor de un hombre que se enamora de una actriz al verla en el celuloide y todos los días acude al cine a su encuentro, hasta que un día el sistema de proyección falla y su enamorada aparece en la pantalla del revés. Seguidamente, su admirador regresa a su habitación y se suicida. Por primera vez era consciente de que su amada no existía para él. Era tan sólo una ficción.

Pero digo yo, ¿y qué hay de esos días en los que disfrutó elogiando la perfección sobrehumana de su estrella de cine? Es ficción pero, ¿acaso la ficción no nos arranca sensaciones tan reales como la vida misma? Los espectadores de Fernando Marías se avergonzaban de asistir al cine para evadirse, cuando los vagabundos pasaban a su lado. Pues podrían no avergonzarse de su disfrute e invitar a un par de vagabundos al cine. Así, los unos y los otros, hubieran podido durante dos horas abandonar sus preocupaciones vitales para sumergirse en el mundo de la ficción cinematográfica al que tantos regocijos debemos.

Que sirva esto para invitaros a leer el libro de Fernando Marías y para agradecer al cine los buenos momentos “ficticios” que nos ha hecho vivir.

jueves, 2 de abril de 2009

Mis alumnos

¡Mucha suerte a todos en vuestro futuro profesional!